viernes, 24 de septiembre de 2010

El castigo a los futbolistas mexicanos por parranderos y teiboleros

EL CASTIGO A LOS FUTBOLISTAS MEXICANOS POR PARRANDEROS Y TEIBOLEROS


Por Carlos Azar / Letras Libres

Bien dice Chesterton, algo peor que el debilitamiento de los grandes valores morales es el fortalecimiento de los pequeños valores morales. El martes, en “solemne” conferencia de prensa, el director de selecciones nacionales de futbol, Néstor de la Torre, anunció el resultado de las investigaciones –que le tomaron 15 días– para saber qué había sucedido en el hotel regiomontano luego del partido contra Colombia, una más de nuestras celebraciones por el bicentenario. Néstor abandonó sus labores, entre las cuales se destaca encontrar un entrenador para el equipo nacional, y concluyó, al parecer él solo, que once futbolistas habían hecho una fiesta, situación que violentaba cuatro artículos del reglamento interno de la selección. Por cierto, dichos futbolistas negaron que dicha fiesta hubiera sucedido hasta que en Inglaterra aparecieron fotografías que arrojaban todo posible escondite por la borda.

El martes culminó un proceso que demostró el manoseo y la torpeza de los involucrados. Los jugadores empeñados en ocultar un hecho que no tenía nada de malo; la federación obstinada en dar un golpe en la mesa solo porque aparecieron unas fotografías comprometedoras, y para mostrar que había disciplina, en desencadenar una cacería de brujas; los medios, revestidos como defensores de las buenas costumbres y trotaconventos que prefirieron la especulación al periodismo, se escandalizaron porque los jugadores no entienden que son figuras públicas y se obsesionaron con un puritanismo realmente lamentable; y finalmente la sanción: seis meses a los que se portaron peor –seis meses en los que solo hay dos partidos amistosos– y 50,000 pesos a los nueve restantes, monto que se donará a los damnificados de Veracruz.

Entendemos que los que recibieron el peor castigo atentaron contra los cuatro artículos en cuestión y los otros solo contra uno o dos. Y empieza la historia a crecer: hoy los medios han calificado a los jugadores de rijosos, niños abandonados por padres ausentes e incluso, prevaricadores. ¿Cómo un jugador de futbol puede ser acusado de prevaricato? ¿Dónde está el abuso de autoridad o del puesto por haber realizado una fiesta? Si los jugadores atentaron contra un reglamento que se les castigue (yo entendería que en ese mismo reglamento deberían estar asentadas las sanciones) y punto. No es necesario el escarnio público, la cacería de brujas, y sobre todo, los discursos moralistas dispuestos a lanzar la primera piedra a la menor provocación, a pesar de cargar con una doble moral.

Ya entendámoslo y dejemos de confundir la gimnasia con la magnesia. La historia ha demostrado que ningún golpe de represión genera autoridad moral. Si bien es cierto que la selección nacional actualmente es un champurrado que todo el mundo manosea sin ton ni son, cuya camiseta se ha abaratado, y que necesita cierto orden, un golpe de violencia abrupta solo generará un ambiente hostil que complicará las relaciones humanas. Las sanciones que sirven de donativo solo confunden. ¿Se quería sancionar o ayudar? Es preciso entender que los servicios sociales no son resultado de sanciones, sino de una voluntad consciente que representa un deseo de solidaridad.

Ahora que ya pasó, se deben enfocar todas las armas en reconstruir la confianza y el valor de la selección nacional y me refiero a todos los involucrados. Es fundamental que se nombre al entrenador pronto, la persona adecuada para llevar a cabo un proyecto (a ver quién se avienta con el ánimo de crear un nuevo ambiente); que los jugadores abandonen la soberbia que los caracteriza y recuerden que solo son futbolistas y no héroes nacionales; que los medios se dirijan más al análisis que al chisme; que todos abandonemos las pobres posiciones puritanas y asustadizas que de nada sirven. Es preciso entender que si no se parte de un proyecto, poco, realmente poco, se logrará.