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jueves, 10 de julio de 2014

Moacyr Barbosa: medio siglo pagando el "crimen" del Maracanazo

MOACYR BARBOSA: MEDIO SIGLO PAGANDO EL «CRIMEN» DEL MARACANAZO


Por Israel Viana / ABC.

Aunque falleció el 8 de abril de 2000, Moacyr Barbosa ya había «muerto» medio siglo antes: el 16 de julio de 1950. Aquel fatídico día el delantero uruguayo Gigghia chutó contra su portería y él, en una grandísima estirada, desvió el balón. Estaba convencido de haber enviado la pelota al córner, hasta que escuchó a los 200.000 aficionados que asistían a la final en Maracaná enmudecer de repente. A Brasil le acababan de arrebatar el Mundial en su propia casa en el famoso «Maracanazo», que sumió al país en una profunda tristeza, con todos los índices apuntando a un gran culpable: Barbosa.

«La peor tragedia de la historia de Brasil» o «Nuestro Hiroshima», titularon los periódicos al día siguiente, en un tono muy parecido al que han titulado este miércoles la derrota frente a Alemania por 1 a 7. Las columnas de opinión de entonces no ayudaron a detener el linchamiento público: «La ciudad cerró sus ventanas, se sumergió en el luto. Era como si cada brasileño hubiera perdido al ser más querido. Peor que eso, como si cada brasileño hubiera perdido el honor y la dignidad», escribía el prestigioso periodista Mario Filho.

Pasaron los años y el que fuera primer portero negro de la selección brasileña nunca fue perdonado. «En Brasil, la pena mayor por un crimen es de treinta años de cárcel. Hace 43 años que yo pago por un crimen que no cometí», confesaba Barbosa en 1993. El exguardamenta brasileño –que vivía entonces en casa de una cuñada con una pequeña pensión– había acudido a Estados Unidos a ver las eliminatorias del Mundial y quiso visitar a los jugadores de la selección de Mario Zagallo para darles aliento. Cuan grande fue su sorpresa cuando le prohibieron la entrada en la concentración: «Que no pase y que no vuelva», dijeron las autoridades según la televisión inglesa.
«Un frío paralizante»

La maldición había comenzado en el mismo instante en el que el balón lanzado por Gigghia se introdujo en la red. «Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí», recordaba años después el portero.

Esa horrible sensación, la de todo el estadio con los ojos clavados en él, fue la misma que vivió en las calles durante el resto de su vida. «Ahí está el hombre que hizo llorar a todo un país», le dijo una mujer en plena calle muchos años después. Ni los más de 1.000 goles de Pele ni loscinco mundiales obtenidos por Brasil en las décadas siguientes borraron de la memoria colectiva aquel fiasco.

Era la primera vez en la historia que Brasil llegaba a la fase final de un mundial y todo el país daba por segura una victoria en Maracaná, inaugurado unos días antes como el estadio más grande del mundo. Los anfitriones se habían paseado a lo largo del campeonato, venciendo incluso a Suecia por 7 a 1. La fiesta en las calles de Río de Janeiro era constante.
«Barbosa detiene magníficamente»

En la final, Brasil comenzó ganando con un gol de Friaça nada más comenzar la segunda parte. La alegría se desbordó en la grada. La victoria en el Mundial se estaba acercando. Todas las menciones a nuestro protagonista en la crónica de ABC eran elogios en lo que se refiere a su actuación en el primer tiempo: «Barbosa detiene magníficamente», «Uruguay se lanza al ataque más decisivo y sus incursiones se suceden con frecuencia sobre la meta de Barbosa, quien, por fortuna para Brasil, tiene una tarde feliz» o «Barbosa para magistralmente».

Schiaffino empató en el minuto 66 y la alegría de los brasileños fue quedando solapada por los nervios, hasta que Gigghia consumo la tragedia en el minuto 79. «A partir de los treinta minutos (del segundo tiempo) presionan los uruguayos, y en un jugada personal de Gigghia, venciendo todos los obstáculos, marca el segundo tanto, a los 34 minutos de juego, un tanto imponente, que causa enorme sensación en los graderíos», podía leerse en la crónica de ABC, que finalizaba con una premonición que aun hoy continúa vigente: «Una final que pasará a los anales del fútbol internacional como una de las más dramáticas de todos los tiempos».

«Puede decirse que el mayor adversario de los brasileños fue el optimismo de sus jugadores, sin tener en cuenta que no tenían ninguna razón para ello, como se vio después del encuentro», añadía otro artículo.
Entierro solitario

El vacío que sintió Barbosa tras el pitido final aquel 16 de julio de 1950 no le abandonó en la vida. El traspié profesional fue como una maldición. Nadie recordaría después su brillante carrera, que le llevó a ganar con el Vasco de Gama varios campeonatos nacionales y dos sudamericanos. Después del «Maracanazo» continuó jugando 12 años más siendo uno de los mejores porteros de su época, pero aquello no parece haber existido. Todo quedaba oculto tras el segundo gol de Gigghia

Tal es así que el día de su funeral en un pequeño municipio cercano a Santos, en el año 2000, apenas había 50 personas. Sobre el modesto ataúd, una bandera del Club Atlético Ypiranga, el equipo donde Barbosa comenzó su carrera en los años 30, y que hace más de cuatro décadas que no existe. Unos pocos familiares y amigos, junto a cinco o seis antiguos seguidores. Eso es todo. Ninguna estrella del fútbol, ningún dirigente nacional. Poco antes de acabar el entierro, apareció en el cementerio Morada de la Gran Planicie un dirigente del poderoso Vasco da Gama con una bandera del club que posó sobre su ataúd.

Barbosa fallecía por segunda (y última) vez. La primera, en 1950, fue la que le condenó a morir en vida. «Yo sé, en el fondo de mi alma, que no fui el culpable. Éramos 11 en la cancha», repitió en varias ocasiones a lo largo de su vida. «Fue la persona más maltratada de la historia del fútbol brasileño. Era un arquero magistral. Hacía milagros, desviando con mano cambiada pelotas envenenadas», aseguraba el periodista Armando Nogueira.